Fabián San Miguel | Sueño 800



Fabián San Miguel | Sueño 800


Sueño 801
se distorsiona la señal de radio, parece sumergida en una tormenta. Tengo un pie en el agua y me confundo. Me acosté con jeans y doy vueltas en la cama, atrapado. Averiguo lo que hay en la caja, el zumbido insistente de un insecto. Alguien dice: "en Laos se coloca un coleóptero en el sexo para provocar mayor placer en el momento del orgasmo". Busco el mío mientras suena el teléfono, un aparato blanco, inmaculado. Está apoyado sobre un mesa negra, inmensa. Tengo frío y tiemblo acurrucado. Hablo con un extraño: "Bautizaría este sueño con el nombre de Alicia". Apenas un desliz de claridad me despierta, guardo un sabor extraño en la boca.


Sueño 803
estoy despierto. Hablo con alguien sobre las burbujas en la sangre. El televisor se acuesta a mi lado, con el volumen en mínimo, apenas los gestos. Lo demás lo recordaré más tarde. Busco un libro en la mesa de luz, un fogonazo. Se cae uno de los murciélagos que duermen en el taparrollo de la ventana. Sueño que sueño con un pintor sin manos, la sombra de su obra es apenas un boceto que anuncia el alba. Acaricio los hongos con la palma de los pies, es un prado extenso. Una mujer llora en otro cuarto. Estoy despierto, anoto un recuerdo que después olvido. Cuando más tarde vuelvo al papel la escritura me parece rasgada, ajena. Temo volverme inútil.

  
Sueño 814
estoy guarecido en un maizal que se quiebra. Los relámpagos abren huellas en una habitación vacía, el lugar huele a campo abierto. Nado hasta uno de los rincones del cuarto, trato de comprender lo que sucede: recorro una ruta cerrada. Es de noche. No siento más que mis pies adormecidos. Las gotas de lluvia ocupan la totalidad de una mirada. El cuerpo, entrelazado en sueños, aún está seco y a cobijo. La ventana recobra mis sentidos para volverlos opacos, intransferibles. El negativo de una fotografía deja entrever a un caballo desbocado refugiarse más allá de la tormenta. Abro el vidrio y apenas toco el aire mis manos se estremecen. En el cielo, las cruces blancas se reflejan desde un costado del asfalto. Cuando regreso a la cama la luz me ahoga, el resto es lo que permanece en la retina.

a la Kon-tiki, Junín.


Sueño 806
escribo una carta que nunca te escribí. Me cuesta anotar en el sobre San Francisco, no reconozco mi caligrafía. Te cuento un sueño, los gatos cruzan la calle detrás mío, veo los autos y me despierto escuchando los maullidos de dolor. Busco mensajes en el contestador. Recuento los cuerpos que yacen en mi memoria, su dolor se parece tanto a la muerte. Tomo mucho líquido; creo que es agua pero parece viscoso, elástico. En el lugar donde debería estar mi boca hay un enorme vacío. Intento gritar y tengo la sensación de caerme de la cama. Ahora sí, te envío la carta que nunca te escribí. Tu voz se escuchaba extraña, tan parecida a la mía.

a lelé santilli.


Sueño 826
las uñas se despedazan contra el mármol. Es una madrugada prematura. Sé que estoy aquí y, sin embargo, no puedo entenderlo: al tacto mi epitafio resulta grotesco. Observo las vendas y un colgajo de sábanas secándose en la parte de atrás de un edificio desconocido. Ginsberg acaba de fotografiarlas desde su cocina. Ahora realiza varias tomas del interior: es un lugar amplio, hay platos sucios por todas partes. Las cortinas se mecen por el viento. Estoy ahí, afuera o adentro. Apenas alcanzo a reconocer las fechas en los negativos. Un ángel canoso está sentado a la mesa, en un papel escribe el poema que más tarde llamará Sao Paulo revisited. Todo se detiene unos instantes, nos miramos a los ojos. Con él sólo puedo ir hacia la apertura del juego. Con cierto temor muevo una primera pieza. Las palabras desnudan mis sentidos y la cama se llena de presencias inútiles. Intento salir del sueño pero un cigarrillo me retiene en la ranura del silencio. Veo por encima de mi naturaleza el hombro del horror que nos acompaña.


a Mario Trejo.


Fabián San Miguel (Buenos Aires, 1964- 2013) en BEAT 57. El Camino Nunca Termina. Año 1 – N° 1 / noviembre del 2000.

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